SER CUSTODIOS DE LA BELLEZA DE LA NAVIDAD

Retiro del mes de diciembre del P. Juan Ignacio Pacheco

Viernes 3 de diciembre de 2021

Estamos en diciembre, último mes del año. Dijimos que lo dejaríamos sólo para alabar al Niño Dios que viene hasta nosotros en el pesebre. Queremos acercarnos a Él y saludarlo en su cunita, llenarnos de su ternura y de la esperanza que significa para todos nosotros: la esperanza de un tiempo nuevo, de poder vencer la incertidumbre que ha marcado la pandemia y la situación político-social en nuestro país. Ahora es cuando podemos hacer una pausa en todo este contexto que seguirá predominando en la esfera pública, porque la salud y el autocuidado siguen siendo una exigencia y la preocupación por nuestra sociedad a nivel local y mundial, sigue ahí. Es Jesús el que nos permite esta pausa, alabémosle y adorémosle por tan hermoso don que ha sido y seguirá siendo el misterio de la Encarnación, el Dios con nosotros.

 

Adviento es el mes de la esperanza, de la espera junto a María y a José del Niño que viene en camino. ¡Gracias Jesús por volver a fijarte en nosotros! ¡Que nuestros corazones se vuelvan a llenar de tu amor por tu visita! Queremos llenarnos de humildad, de respeto, de tolerancia y empatía, de paciencia y fraternidad, valores y actitudes con las que podemos vivir este último mes del año, para terminarlo con optimismo y alejar las oscuridades. El Niño Dios quiere que nos acerquemos a su cuna en el pesebre de Belén, con toda esta mochila de anhelos y buenos deseos que tenemos.

 

También quiere que le dejemos nuestra carga pesada, lo que no nos gustó mucho de este año y de nuestra propia historia personal, para pintar de nuevos colores todo el año nuevo que se inicia. Ese será nuestro mejor regalo que no sólo podremos dar al Festejado, sino también a nosotros mismos y a los demás, porque en nuestra propia renovación y autoeducación, está la alegría de Dios y el cambio verdadero.

 

Adviento es un tiempo lindo, que nos pone en una dinámica de mucha mayor comprensión y alegría. "Nos introduce en el misterio de Navidad", ha dicho el Papa Francisco; también nos introduce en este clima de belleza y de esperanza, de la belleza de Navidad.

 

Es la belleza de los jardines ya florecidos en primavera; la belleza del calor y las tardes más agradables; la belleza del compartir familiar en este tiempo próximo al descanso del verano. Es la belleza de descubrir el paso de Dios por mi vida en el año que termina, aunque no todo haya sido color de rosas. Es la belleza del armado del pesebre y del árbol de navidad en familia, de preparar juntos cosas ricas en la cocina, de la preocupación por el regalo a la persona que quiero o a aquella persona que lo necesita. ¡Hay tanta belleza cotidiana y de los detalles en este tiempo! Todo esto configura el Adviento...

 

Meditemos. ¿Dónde está mi mayor gratitud de este año para poder agradecérselo al Niño Dios? ¿Por qué o por quién quiero agradecer especialmente?

 

Sabemos que este año las luces de Navidad "se verán atenuadas por las consecuencias de la pandemia, que todavía pesa en nuestro tiempo" (Papa Francisco). Nosotros podemos agregar la incertidumbre, el medio y la desazón de este período histórico en Chile o las pérdidas de seres queridos producto de la crisis sanitaria que vivimos.

 

Meditemos. ¿Qué cruz puedo ofrecerle al Señor como mi regalo para el pesebre? ¿Qué dolor, qué mala noticia de este año, que contrariedad?

 

Nada ni nadie puede quitarnos la esperanza frente a este gran acontecimiento que acontece cada año: ¡es Jesús que nace!

 

Con mayor razón entonces estamos llamados a cuestionarnos y a no perder la paz del corazón. "La fiesta del Nacimiento de Cristo no desentona con la prueba que estamos atravesando, porque es por excelencia la fiesta de la compasión, de la ternura. Su belleza es humilde y llena de calor humano", dice el Papa . "Tenemos que ser custodios de esta belleza, que la Navidad del Señor hace resplandecer en cada gesto cotidiano de amor, de compartir y de servicio".

 

Que hermoso pensamiento quedarnos con esto de ser "custodios de la belleza de la Navidad", como San José, ahora que seguimos viviendo su año.

 
Hagamos que esta belleza de Navidad se prolongue todo el año: protejamos la vida, la familia, la esperanza, la compasión, la misericordia, el compartir, la fraternidad, la naturaleza, el servicio, el amor. Aprendamos a descatastrofizar, a tener pensamiento positivo, a ser optimistas siempre. Cultivemos la humildad, la magnanimidad, la paz interior. Defendamos todo lo que nos parezca que contribuya a fomentar la belleza de la Navidad como custodios a imagen de San José. Hagámoslo con fe, pidiéndoselo a él:

 

"San José,
tú que has custodiado el vínculo con María y con Jesús,
ayúdanos a cuidar las relaciones en nuestra vida.
Que nadie experimente ese sentido de abandono
que viene de la soledad.
Que cada uno se reconcilie con la propia historia,
con quien le ha precedido, con los que piensan distinto
y reconozca también en los errores cometidos,
una forma a través de la cual la Providencia se ha hecho camino,
porque el mal no ha tenido la última palabra.
Muéstrate amigo con quien tiene mayor dificultad,
y como apoyaste a María y Jesús en los momentos difíciles,
apóyanos también a nosotros en nuestro camino". Amén.

 

Seamos custodios de la belleza de la Navidad. Eso significa ser puentes de esperanza, instrumentos de Dios en la esperanza que sólo brota de Él. Meditemos estas palabras del Papa Francisco del Ángelus del Primer Domingo de Adviento, que son muy concretas a la hora de hablar de luz, esperanza y aliento.

 

(Lc21,25-36)
"Tengan ánimo y levanten la cabeza, porque está por llegarles la liberación"
Es bueno escuchar esta palabra de aliento del evangelio de Lucas: animarse y alzar la cabeza, porque precisamente en los momentos en que todo parece acabado, el Señor viene a salvarnos. Tenemos que saber esperarlo con alegría, incluso en medio de las tribulaciones, en las crisis de la vida y en los dramas de la historia. Pero ¿cómo levantar la cabeza?, ¿cómo no dejarse absorber por las dificultades, los sufrimientos y las derrotas? El mismo Señor nos muestra el camino con una fuerte llamada: "Estén atentos para que sus corazones no se agobien... Estén atentos orando en todo momento".

 
Para lograr ese objetivo primero tenemos que estar atentos a nosotros mismos, que nuestros corazones no se vuelvan pesados; vigilar en todo momento, rezando. De las palabras de Cristo observamos que la vigilancia está ligada a la atención: estén atentos, no se distraigan, es decir, ¡estén despiertos! La vigilancia significa esto: no permitas que tu corazón se vuelva perezoso y que tu vida espiritual se ablande en la mediocridad. Cuidémonos de no llegar a ser "cristianos adormecidos", sin ímpetu espiritual, sin ardor en la oración, sin entusiasmo por la misión, sin pasión por el Evangelio. No hagamos las cosas por inercia, no caigamos en la apatía, en la indiferencia a todo menos a lo que nos resulta cómodo. Hay muchos cristianos adormecidos, cristianos anestesiados por la mundanidad espiritual -cristianos sin ímpetu espiritual, sin ardor en la oración- oran como loros- sin entusiasmo, cristianos que siempre miran hacia dentro sin ver el horizonte... ¡ésta es un vida triste!.

 
Necesitamos estar atentos para no arrastrar nuestros días a la costumbre, para no ser agobiados, como dice Jesús, por las cargas de la vida. Este tiempo de Adviento es una buena oportunidad para preguntarnos:

 

Meditemos. "¿Qué es lo que pesa en mi espíritu? ¿Qué me hace sentarme en el sillón de la pereza? ¿Cuáles son las mediocridades que me paralizan, los vicios que me aplastan contra el suelo y me impiden levantar la cabeza? Y con respecto a las cargas que pesan sobre los hombros de los hermanos, ¿estoy atento o soy indiferente?"

 

Estas preguntas nos hacen bien, porque ayudan al corazón a alejarse de la acedia, que es esa pereza que nos sume en la tristeza, que nos quita la alegría de vivir y las ganas de hacer, un espíritu maligno que ata al alma en el letargo, robándole la alegría. Es triste ver a cristianos tirados en el sillón, protegidos en el sueño del sillón.

 

Es la oración la que mantiene encendida la lámpara del corazón, especialmente cuando sentimos que nuestro entusiasmo se enfría; la oración reaviva el corazón, porque nos devuelve a Dios, al centro de las cosas.

 

Incluso en los días más ajetreados, no descuidemos la oración. La oración del corazón puede ayudarnos, repitiendo a menudo breves invocaciones, por ejemplo: "Ven, Señor Jesús".

 

Este tiempo de preparación a la Navidad es bello, pensemos en el pesebre, en la navidad y digamos de corazón: Ven Señor Jesús, ven. Ven Señor Jesús... ¡es una oración que podemos decirla siempre!"

 

Que con estas palabras del Santo Padre nos llenemos de la esperanza que necesita este tiempo. El cambio verdadero sólo viene de Dios, especialmente de los ojos del Niño Jesús que invito a mirar y contemplar especialmente este próximo 25 de diciembre. Desde allí nace la transformación personal que requiere nuestro tiempo.

 
¡Alabemos y bendigamos al Señor que vuelve a nacer en cada uno de nosotros!

 

Bendecido Adviento y una "bella" Navidad.


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