Los fines de Schoenstatt

El nuevo hombre en la nueva comunidad

P. Rafael Fernández

Martes 22 de mayo de 2018

    Schoenstatt ha sido llamado por Dios en un cambio extraordinario de época, en la que se inicia una nueva etapa de la historia. El P. Kentenich, interpretando los signos de los tiempos y dejándose guiar fielmente por la fe práctica en la Divina Providencia, marcó el norte a la Familia colocándola ante tareas de extraordinaria envergadura. Hoy cambia aceleradamente la imagen del hombre y de la sociedad.Caminamos hacia una nueva cultura posmoderna o "cibernética", marcada por gigantes progresos en el orden de la ciencia y de la técnica.

  

    Nuevas tendencias determinan un nuevo modo de vivir, de relacionarse, de trabajar y de buscar esparcimiento. La gran incógnita es si la nueva cultura estará marcada por el sello de Cristo. Humanamente, lo contrario pareciera ser lo más probable. Sin embargo, sabemos que Cristo es el Señor de la historia y que de la fuerza de su Espíritu surgirá una nueva creación. Una Iglesia renovada está llamada a ser germen de una nueva cultura que lleve el sello del Evangelio. Es en esta perspectiva desde la cual se entiende la gran meta de Schoenstatt: forjar un hombre nuevo en una nueva comunidad, ambos impulsados por la fuerza fundamental del amor, con un sello apostólico universal. O dicho en otra forma más sintética: forjar una nueva comunidad sobre la base de hombres nuevos. El hombre nuevo schoenstattiano es una realización original del hombre nuevo en Cristo Jesús, tal como san Pablo lo anuncia (cf Efesios 4, 24; 2, 15; Gálatas 3, 27; Romanos 13, 14). Es preciso despojarse del "hombre viejo" para que surja el "hombre nuevo" en Cristo Jesús. Cristo es el hombre nuevo y María su imagen más perfecta. María es la primera redimida. De ambos surge la nueva creación, que ejerce su influjo en la humanidad para renovarla hasta que surja "un nuevo cielo y una nueva tierra" (cf. Ap 21,1). Este hombre nuevo cristiano va tomando distintas formas según los desafíos que se dan en las diversas épocas históricas. La riqueza de Cristo y de María -imagen perfecta e inicio de la Iglesia-, no se agota en un determinado tiempo.

  

    Por ello, la época que se vislumbra en el horizonte de los "novísimos tiempos" (esa es la expresión usada por el P. Kentenich), significará una profunda renovación del hombre cristiano "supratemporal". En el nuevo tipo de hombre cristiano se nos mostrará un nuevo resplandor de la vida y riqueza de Cristo, el Señor de todos los tiempos. ¿Cuál es la originalidad de este hombre nuevo? El P. Kentenich percibe que el hombre nuevo desplegará en el futuro su impronta mariana como nunca hasta ahora lo ha visto la historia de la Iglesia. La nueva cultura será una cultura de la armonía entre la naturaleza y la gracia, tal como la encarna María. Ella es la "gran Señal" que Dios muestra a nuestro tiempo como signo de luz y de esperanza. Este hombre nuevo, marcado con el sello de María, es un hombre llamado a superar una cultura individualista y sin alma; es un hombre en el cual el amor -ley fundamental del universo- se manifiesta en todo su poder. Una cultura donde los valores del corazón y del amor tienen relevancia y superan nuestra cultura "hipervirilizada". María abre las puertas a una nueva "civilización del amor". Ella es el corazón de la Iglesia, llamada a ser alma del mundo. Es la "Madre del Amor Hermoso", la Madre de la unidad. Ella congrega a la Iglesia como Familia en torno a su maternidad. Ella educa hombres nuevos capaces de dar y de recibir amor.

  

   Nuestra cultura, enferma por el individualismo y la masificación, no ha sabido solucionar la tensión entre individuo y comunidad. El "homo faber" (hombre mecanicista y maquinizado), destruye sacrílegamente todos los vínculos queridos por Dios. El hombre nuevo mariano, que Schoenstatt propone, busca cultivar y vivir en plenitud los vínculos de amor, tanto en el orden natural como sobrenatural. Lo hace en el orden natural: es un hombre que vive en, para y con la comunidad; que supera creadoramente la tensión entre individuo y comunidad, o que integra armónicamente el personalismo (la dignidad y autonomía de una personalidad libre) con el solidarismo (la inserción y responsabilidad comunitaria). Y lo hace también en el orden sobrenatural: María nos enseña a ser niños ante Dios, a ser hijos en su Hijo, a desarrollar, con ella y como ella, un cálido y poderoso amor filial a Dios Padre. La nueva cultura mariana, por ser mariana, será una cultura del Espíritu Santo, el Dios del Amor. María, templo e instrumento perfecto del Espíritu Santo, abre las puertas en nuestro tiempo a una nueva irrupción del Espíritu. Este hombre nuevo mariano, que orienta el ser y el quehacer de Schoenstatt, es un hombre esencialmente libre.

  

    Para amar –y ésta es la vocación esencial del ser humano- se requiere poseerse a sí mismo para darse al tú y a la comunidad; para entregarse a Dios y al prójimo. La Iglesia y la sociedad necesitan hoy más que nunca personas que sean verdaderamente libres, capaces de decidir por sí mismos y de comprometerse, tal como lo fue María, la Inmaculada. Sólo la persona que es libre puede amar. Sólo este tipo de hombre cristiano, guiado por la luz de la Inmaculada, de la mujer plenamente libre, puede ser una luz que alumbre en las tinieblas de una sociedad donde reina el vacío interior, la masificación con todas sus esclavitudes, el materialismo, la angustia y la soledad.

    

    La nueva comunidad estará sustentada por estos hombres nuevos. Nunca habrá una real renovación de nuestra sociedad si no se dan hombres nuevos marcados con la impronta mariana. Sólo sobre la base de hombres verdaderamente nuevos se puede edificar una nueva sociedad. En este trasfondo se comprenden las características propias que distinguen al hombre nuevo schoenstattiano. El hombre nuevo mariano es un hombre:

 

 Fuente: www.redschoenstatt.org


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