El perdón y la conversión a Dios
Martes 3 de abril de 2012
La importancia del Perdón
¿Por qué es importante y necesario el arrepentimiento, la contrición y el perdón de Dios?. ¿por qué cada Sta Misa inicia con el acto penitencial, con una oración de perdón? La Sta Misa siempre comienza con la invocación del Perdón. El sacerdote reza así:
Hermanos, para comenzar dignamente esta sagrada eucaristía reconozcamos nuestros pecados...,tambien
Yo confieso ante Dios todo poderoso y ante vosotros hermanos que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión.
El encuentro con Dios requiere del perdón, el perdón nos abre a una relación filial con nuestro
Padre Dios. Dios nos enseña a perdonar y nos pide que perdonemos: Nos enseña en la oración del Padre Nuestro: “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”, y agrega “no nos dejes caer en tentación”.
En Mt 18, 21 – 35, nos dice: “ Se acercó Pedro y dijo a Jesús: Señor cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? Hasta siete veces! Señala. Y agrega: No te digo hasta siete veces siete, sino hasta setenta veces siete”. Vale decir, tenemos que perdonar siempre, como también el nos perdona siempre cuando acudimos arrepentidos. El perdón es una actitud propia del amor, porque en la caída uno falla al amor.
Nos preguntamos por qué esta exigencia del perdón? Porque el primer mandamiento es el amor a Dios y el segundo el amor al prójimo. (Mc 12, 28 – 34). Esto significa que el perdón nos libera de las esclavitudes de nuestra debilidad y pecado y nos hace libres para el amor. El primer ejemplo lo dio Jesús con su propia vida. Murió y fue crucificado por nosotros, perdonando nuestros pecados. El nos perdonó primero.
Es este juego del amor y de la misericordia (a través del perdón) lo que nos lleva a convertirnos.
La obra maestra de la Literatura Francesa, Los Miserables de Victor Hugo (1802 – 1885), comienza la trama con el perdón. Jean Val Jean, un ex presidiario ha sido liberado de su condena y de la prisión, después de haber robado pan. Llega de noche a un pueblo y el único que le abre las puertas de su casa es el sacerdote del lugar, que vive con su hermana. Lo recibe en su estado de hambre y abandono físico, y para él prepara una gran cena, en la que pide que pongan los candelabros de plata. Lo más caro, lo más valioso que tiene. Viéndolo desolado y solitario le da la mejor cama. En la noche, Jean Val Jean, se despierta seducido por el valor de los candelabros, pero antes de sustraerlos y abandonar la casa, intenta asesinar al párroco, pero un ruido lo hace desistir huyendo con los dos candelabros. Horas después unos policías llegan con el ladrón nuevamente a casa acusándolo de haber robado el par de candelabros. Pero el cura, en vez de enjuiciarlo, públicamente lo defiende diciendo “no es efectivo que los haya robado, sino que yo se los regalé”, y con esto a Jean los dejan en libertad. Antes de partir, y nuevamente liberado por las policías, el párroco le dice al oído, vete y no caigas más. Y con este perdón, Jean Val Jean, comienza una nueva vida, la vida de la conversión. Este breve relato es el inicio de una maravillosa historia de sucesivos actos buenos, heroicos y de amor de Jean Val jean. No vemos en este breve relato la mano de Dios encarnada en el párroco. Dios cubriendo nuestra debilidad, nuestro límite, pero con una resultante creadora enorme, la conversión. El perdón, el amor es lo único que nos puede hacer cambiar.
¿No hace lo mismo con nosotros Dios, cada vez que nos perdona y nos permite convertirnos y recomenzar? Dios es quien nos perdona cada día 70 veces siete. El perdón es reparador, es restaurador. Y perdonar restaña (sana) heridas, y nos eleva a la dignidad de hijos de Dios.
Perdonar nuestra propia historia, a nuestros padres, amigas, personas que nos hirieron es a la luz de Dios sanante, porque recobramos nuestra dignidad de hijos de Dios. Muchas veces resulta muy difícil perdonar, porque la herida es muy profunda, se trata de relaciones humanas, quebradas, separaciones, malos entendidos, riñas, y ahí vemos que nosotros no podemos perdonar, pero sí Dios puede perdonar en uno. En estos casos tenemos que abrirnos a la acción de Dios, implorar de rodillos, a veces con muchas lágrimas que Él perdone en mi, ya que para esta pobre naturaleza es muy difícil hacerlo. Es así como le pedimos a Dios en el Padre nuestro “perdona nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
El perdón de Dios nos libera. Muchas veces nos alejamos de Dios o de las personas porque nosotros no nos perdonamos, cuántas personas separadas, se alejan de la iglesia porque se auto condenan, cuántas veces nosotros nos alejamos de Dios porque no nos perdonamos en nuestras caídas y no creemos en su perdón. Muchas veces esta actitud nuestra es de orgullo, no aceptamos nuestras caídas, no nos perdonamos, nos sentimos humilladas y por eso nos alejamos de Dios.
Fedor Dostoievski, (1821 – 1881) en su obra los hermanos Kamarazov, que es una de las grandes obras de este autor, donde ahonda en el corazón humano y en las pasiones humanas describe, en breves líneas la conversión de un presidiario en Ginebra llamado Ricardo, quien se convirtió al cristianismo antes de morir. De niño había sido entregado a unos pastores suizos, quienes lo criaron como un salvaje. Apacentaba el rebaño en medio del frío, con poco alimento y escasamente vestido. Le pegaban si comía de la comida de los animales. Vivía como jornalero, bebía y acabó por asesinar a un viejo para desvalijarlo. Estando prisión lo comienzan a visitar pastores protestantes, quienes le enseñan a leer y a escribir, le enseñan el catecismo y el amor a Dios. En una carta al tribunal reconoció que había sido un monstruo, reconoció su asesinato, pero también la bendición de Dios. Toda Ginebra estaba conmovida, y finalmente lo decapitan pero ya ha conquistado la fama de héroe, por su conversión (cap IV).
En este relato nuevamente vemos la mano de Dios, a través de los pastores protestantes que visitaban al presidiario en la cárcel. La mano de Dios que no ve en primer término el pecado, sino que al hijo de Dios. Que Ricardo recibiera amor para llegar al encuentro con Dios.
Cuántas veces nosotras enjuiciamos a las personas, porque no están cerca de Dios, en vez de rezar por ellas y entregar nuestro corazón libre de prejuicios, y lleno de amor. El amor siempre es más fuerte y es lo que lleva a la personar a darse cuenta que está fuera de la verdad o del camino.
El camino del cristiano busca siempre mantener el rostro en alto, para cruzar la mirada con Dios. Mientras lo miremos a Él, podremos avanzar en línea recta (sin desvíos) y con seguridad por el camino del bien. Cuando no le podemos dar la cara a Dios, o cuando esquivamos la cara a nuestras causas segundas, o reflejos, o representantes de Dios, es porque nos hemos apartado de la ruta. Es ahí cuando Dios con su mirada nos llama a volver a sus brazos de amor, a volver a su mirada, la que muchas veces por nuestra debilidad nos vemos obligadas a esquivar. Siempre Dios, tiene la mirada de amor, y de espera a su hija pródiga, siempre con los brazos abiertos – tal como con el hijo pródigo, donde a su regreso no le reprendió por haber perdido toda su fortuna con una vida licenciosa, sino que le hizo una gran fiesta. Cada regreso nuestro a la mirada de Dios, expresa esa gran alegría del cielo.
En cada uno de estos ejemplos, vemos que pedir perdón no nos disminuye, sino que es un reconocimiento de nuestro límite y de nuestro pecado, que nos permite seguir avanzando y creciendo como hijo de Dios, nos permite el perdón experimentar nuestra pequeñez, pero también nuestra grandeza porque nos hacemos dependientes de Dios, recobramos nuestra filialidad divina. Ese es el valor del perdón, hacernos hijos de Dios, recobrar nuestra filialidad.
¿Por qué las caídas? ¿Qué es lo que nos aparta de Dios?
Son nuestras pasiones, «Entiendo por pasiones –escribe Aristóteles–, apetencia, miedo, ira coraje, envidia, alegría, amor, odio, deseo, celos, compasión y, en general, todo lo que va acompañado de placer o dolor» [Ética a Nicómaco, II: 1105 b]. Las pasiones por una parte nos dan fuerza y alimentan pero, por otra nos hacen caer: son la concupiscencia – gozo desordenado, soberbia – orgullo; codicia o deseo de tener siempre más, o comparase con los otros (celos); la tristeza, y el temor (miedo). Estas fuerzas – cuando no se elevan y trabajan - enlodan nuestra mente y nuestro corazón. Lo hacen zozobrar. Confunden y nublan la mente y nos pueden llegar a apartar de Dios. Nos domina la tristeza, el temor o la angustia; o el desorden afectivo. El corazón se ve envuelto por estas tensiones, ocupan nuestros pensamientos, nos oprimen, toman nuestros afectos y nos someten. Se transforman en nuestros verdugos. Con ello perdemos el sosiego del alma, y nos hacemos vulnerables y mutables (cambiantes en nuestro estado de ánimo).
Es importante conocer las pasiones que nos nublan y nos alejan de Dios, siempre con la ayuda de Dios, y de nuestro ángel de la guarda objetivarlas, ordenarlas y ver la realidad y no ola fantasía a las que nos someten.
Cuando estamos bajo el efecto de las pasiones nos ayuda la oración, que aquieta nuestra alma, la oración del Padre Nuestro, donde pedimos “líbranos de todo mal, y no nos dejes caer”. Dios sabía que para nosotros, los efectos del pecado – el desorden de nuestros sentidos y de nuestros afectos, iban a ser nuestra gran lucha diaria, nuestra triple cruz (a) la comunidad (familia, amigos); b) la propia personalidad y c) los límites personales).
El dominio de las pasiones mediante la oración, la expiación y el capital de gracias nos ayudan y son un medio para volver a Dios siempre arrepentidos invocando su perdón y su misericordia.
Un camino de expiación
Nuestras debilidades y pecados también son un camino de purificación. Ningún santo se ha hecho santo de un día para otro. San Pedro no fue santo el mismo día que Jesús lo llamó, y lo sacó de las redes de pescador. Tampoco Pablo después de su conversión en el camino a Damasco, fue inmediatamente santo. Santa Teresa de hecho tuvo un largo camino y reconoce su conversión definitiva a los 40 años. Los caminos de conversión son largos, y cada uno tiene que hacer el propio. Lo importante es tomar muy en serio el camino de santidad, anhelarlo de todo corazón, y tener mucha vida de oración y sacrificio. Sólo así lo podremos lograr. Ese ha sido el camino de todos los santos, es el camino de la vida diaria, del hoy y no mañana, de las 24 horas, y también fue el camino de Jesús y el nuestro. Estamos llamados a ese camino de santidad hoy, y cada día.
¿Por qué un camino de expiación? Nos cuesta mucho superar nuestros propios límites, mal carácter, celos, pasiones desordenadas, comparaciones, tristezas, angustias, miedos, inseguridades, bajo autoestima, falta de fe y confianza. Son un peso visible sobre nosotros, pero también lo podemos ver como un camino de expiación. Es la astilla de la cruz que Dios nos pone, el dolor, aunque sea un pecado, es el pecado que estamos llamadas a superar con la ayuda y la misericordia de Dios. Es difícil que veamos nuestros límites o pecados como un regalo de Dios, como un privilegio, pero es el camino que Dios nos pone para purificarnos y llevarnos a él. Nuestra tendencia es a huír del dolor como una maldición, nos rebelamos ante nuestro dolor o pecado, lo vemos como un sufrimiento pero es y puede ser un camino de crecimiento. Lo vemos como un sufrimiento sin sentido, sería mejor no tener esta dificultad, este límite, esta pasión, pero ahí esta. Es mi camino de purificación, mi cruz.
Corresponde a todo hijo de Dios ser un caminante, un peregrino que va en búsqueda de la meta, eso pasa por sufrir nuestros propios límites. En la comunidad religiosa, en la comunidad familiar, en la comunidad laboral siempre hay roces, dificultades, que nos obligan a esforzarnos permanentemente, a esperarnos en superar las dificultades personales y las del otro, esto nos ayuda en el camino de santidad, de asemejarnos a Cristo y a nuestra madre María.
Nos rebelamos frente a estos inconvenientes de nuestra comunidad (familiar, religiosa). No los queremos, no queremos reconocer el límite del otro o los propios, pero es un camino de santidad querido por dios, es un camino de expiación. Cada vida personal y familiar tiene que crecer en estas dificultades, con paz, con la paz que nos regala el príncipe de la Paz que es Cristo. Cuando una persona está en paz, no sufre tanto por los inconvenientes sino que los enfrenta con una actitud madura en la cruz de Cristo, lo considera como evidente y lo considera como algo que lo puede superar porque no daña su entrega a Dios. Pero muchas veces en las familias, si no existe esta paz exterior e interior puede ser un impedimento para la entrega a Dios. Esto no es sano ni bueno, porque estamos todos llamados a crecer en el amor a Dios, viviendo y sufriendo el camino de Jesús en medio del mundo, eso es lo que significa llevar, co-llevar esa Cruz de Cristo en medio del mundo.
Es un privilegio hermoso e inmerecido darle un sentido a las cruces. Ese es el privilegio más grande, haber encontrado el sentido de las cruces y encontrado el sentido de las purificaciones porque eso nos ató más a Cristo y a María.
El Papa Benedicto XVI, en el libro Jesús de Nazaret se refiere a la purificación y a la importancia de la misma, que todos tenemos que vivir. ( página 309).
La comparación que hace de San Juan es que nos habla del viñedo, de la vid y cómo la vid necesita ser purificada y dice: “Yo soy la vid verdadera”. Toda la historia de Israel es una historia de purificación, ya hemos leído en la misa esos textos que están hablando permanentemente de la purificación del pueblo. Una y otra vez el pueblo escogido fue infiel y Dios una y otra vez los castiga. El Pueblo se tiene que purificar, Cristo con su vida hace un camino como modelo de cómo tiene que ser la purificación para llegar al encuentro con Dios. Nosotros tenemos que purificarnos. Permanentemente necesita Dios estar reorientando la purificación de su pueblo.
“Purificación y fruto van unidos;
Sólo a través de las purificaciones de Dios podemos producir un fruto que desemboque en el misterio eucarístico, llevando así a las nupcias, que es el proyecto de Dios para la historia. Fruto y amor van unidos: el fruto verdadero es el amor que ha pasado por la cruz, por las purificaciones de Dios. También el «permanecer» es parte de ello. En Juan 15, 1-10 aparece diez veces el verbo griego ménein (permanecer). Lo que los Padres llaman perseverantia —el perseverar pacientemente en la comunión con el Señor a través de todas las vicisitudes de la vida— aquí se destaca en primer plano. Resulta fácil un primer entusiasmo, pero después viene la constancia también en los caminos monótonos del desierto que se han de atravesar a lo largo de la vida, la paciencia de proseguir siempre igual aun cuando disminuye el romanticismo de la primera hora y sólo queda el «sí» profundo y puro de la fe. Así es como se obtiene precisamente un buen vino. Agustín vivió profundamente la fatiga de esta paciencia después de la luz radiante del comienzo, después del momento de la conversión, y precisamente de este modo conoció el amor por el Señor y la inmensa alegría de haberlo encontrado.
O sea Agustín después de la conversión fue cuando vivió el encuentro con el Señor a través de la purificación y la purificación la identifica con esa paciencia de la primera conversión.
Si el fruto que debemos producir es el amor, una condición previa es precisamente este «permanecer», que tiene que ver profundamente con esa fe que no se aparta del Señor. En el versículo 7 se habla de la oración como un factor esencial de este permanecer: a quien ora se le promete que será escuchado. Rezar en nombre de Jesús no es pedir cualquier cosa, sino el don fundamental que, en sus sermones de despedida, El denomina como «la alegría», mientras que Lucas lo llama Espíritu Santo (cf. Lc 11, 13), lo que en el fondo significa lo -mismo. Las palabras sobre el permanecer en el amor remiten al último versículo de la oración sacerdotal de Jesús (cf. Jn 17, 26), vinculando así también el relato de la vid al gran tema de la unidad, que allí el Señor presenta como una súplica al Padre”.
Y por qué presenta como una súplica al Padre el permanecer, porque acentúa tanto eso: en la tentación. “No nos dejes caer en la tentación, líbranos de todo mal. Amén”. La tentación pertenece fundamentalmente a nuestra vida. ¿Cuál es la tentación? Es la prueba, permanentemente estamos siendo probados. Por eso decimos: “no nos dejes caer en la tentación” porque permanentemente estamos siendo probados. En la perseverancia uno adquiere perfectamente el verdadero amor. Cuando uno no persevera en la tentación uno no ama, el amor no es capaz de soportar en la prueba, en la tentación.
Nosotros estamos permanentemente sometidos a la tentación por eso necesitamos volver a Dios en la confesión. Pero puede ser que muchas veces uno no haga confesiones profundas, nos acostumbramos a la caída y por tanto nuestra confesión puede ser monótona: bueno tuve tales dificultades y pido perdón al Señor pero no agradezco por la tentación, no agradezco por haberme dado cuenta que he sido tentado y que Dios me ha dado la fuerza para levantarme rápidamente.
Nosotros no nos hemos dado cuenta de que hemos sido bendecidos por la tentación y que la perseverancia necesita de esa tentación para continuar luchando y aspirando al ideal. No nos sentimos bendecidos por ese gran don de Dios que es la prueba. Es fundamental para nuestra vida la prueba, si no somos probados el corazón no se fragua, el corazón no es capaz de amar realmente porque no ha pasado por la prueba. Por eso tenemos que estar agradecidos por las pruebas que hemos sufrido.. Tenemos que estar agradecidas por las pruebas que sufrimos y que sufriremos este año. Y van a ser pruebas de perseverancia, de constancia, de seguir adelante. Tenemos que agradecer todo eso porque sino vamos a ir con una actitud de temor ante este año. El gran regalo que podemos darle al Movimiento Apostólico de Schoenstatt es tener una actitud positiva ante el Capital de Gracias, tener una actitud positiva ante ese mundo que se presenta todos los días con nosotros pero que aparece en nuestro subconsciente: ¡Ojalá no me pase nada! ¡Ojalá se solucione esto! Dios quiera que yo pueda permanecer fiel en la tentación. Que Dios me de la fuerza para poder permanecer fiel ante la tentación.
Al final del año hay que agradecer por las tentaciones que he sufrido y por haberme podido levantar de esas caídas, por haber podido seguir adelante y por no haber sucumbido en la tentación, en el pantano. Porque cuando uno anda con una actitud en contra, no en paz con respecto a todo ese mundo, uno sucumbe ante la tentación y tiene que venir otra gran conversión como la de San Agustín para poder comenzar otra vez. Pero San Agustín justamente descubrió, como decía la cita del Papa, descubrió realmente la plenitud de vida en la perseverancia en haber permanecido fiel a esa conversión, no en la conversión.
¿Qué nos ayuda a reconocer nuestras debilidades? Las más pequeñas, las que nos apartan de la voluntad de Dios, del hacer siempre su voluntad?
Las dos alas de la vida interior que nos ayudan a reconocer nuestros límites y a empezar de nuevo en la vida espiritual es la vida de oración y sacrificio.
La oración que puede ser vocal, y se concentra en la oración pre establecida “Padre nuestro, Ave María, Espíritu Santo…; la meditación de una lectura previamente seleccionada o meditación de la propia vida y la contemplación de la voluntad divina que Dios muestra e inspira y que culmina con la realización de su voluntad. Este es el más alto grado de la oración, el que conoce la voluntad de Dios y la realiza. La meditación es importante prepararla, y saber que uno se encontrará a determinada hora con Dios, en el santuario, en el santuario hogar, en la casa…Es una cita donde él nos espera y la hija tiene el anhelo de encontrarse con su Padre.
Ayuda a estos momentos de oración, la oración y ofrecimiento del día (en la mañana y en la noche), en el que se revisa el día desde la mirada de Dios (benigna y amorosa), se agradece los regalos, se pide perdón por las ofensas a Él y a nuestro prójimo y se toma el firme propósito de comenzar de nuevo, de enmendar. Cerrar el día con Dios es importante porque el primer pensamiento del día siguiente será este diálogo, y esta atmósfera. (Por eso se recomienda en la última oración el silencio, - no la televisión-). El alma continuará trabajando este último diálogo durante la noche. El saludo matutino, nos ayuda a ofrecerle el día y nos anima a vivirlo con él.
La vida de oración pone más alerta la conciencia, que nos insinúa en que he fallado, nos alerta sobre los peligros. Muchas veces no escuchamos estas voces del alma cuando Dios nos habla. Cuando nos sentimos tristes, desencantadas, desconformes con nosotras mismas, también es una alerta de Dios que nos invita a cambiar, a enmendar rumbo. Cuando perdemos el sentido de la vida, no tenemos claro nuestro rumbo es un llamado de Dios a buscar con él el rumbo, la ruta. En la oración, vemos con más claridad nuestras imperfecciones, nuestros fracasos, Dios nos muestra y advierte cómo enmendar, de partida nos da la caridad de nuestro error, y nos llamar a pedir perdón y a empezar de nuevo.
Este itinerario de oración que debe hacerse siempre, al igual como el aseo de la casa, el vestirse o el ducharse, Dios nos espera siempre para regalarnos sus inspiraciones y mostrarnos el camino que quiere recorrer con nosotros. Con la oración, creceremos más en el amor a Dios y en el amor al prójimo, rezaremos por quienes son nuestros seres queridos, nuestro próximo, hermanos, y familia, los encomendaremos a la Mater y a nuestro ángel. Será una y otra vez contar de ellos y pedir por superar nuestros defectos y debilidades, sólo con la perseverante vida de oración y capital de gracias y la ayuda de Dios – que quiere de cada uno de nosotros el más alto grado de santidad- podremos llegar a ser hijos santos.
Preguntas.
1.- Ver desde la mirada de Dios aspectos de mi vida que quisiera agradecer y de aquellos que quisiera pedir perdón.
2.- ¿He visto en mis tentaciones, la cruz que me saluda, y que Dios me llama a llevar y con su ayuda a vencer?
3.- ¿Qué aspectos de mi vida tengo que perdonar, para llegar como niña a los brazos de Dios?
4.- ¿Qué me pide la Mater que conquiste durante este año, y cómo lo haré, cómo lo garantizaré? (La mejor oración es la que nos lleva a la realización, al hecho).

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