"Los que escuchan la palabra de Dios y practican"

Reflexiones para el Mes de María - Día 22 - 29 de Noviembre

| P. Rafael Fernández P. Rafael Fernández

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Tema 22 – - 29 de Noviembre - Oración inicial del Mes
"Los que escuchan la palabra de Dios y practican"
Texto: Mateo 13, 1-9 y 18-23

Meditación P. Rafael Fernández

En cierta ocasión, María y los parientes de Jesús deseaban verlo. Alguien le avisó y él respondió: "Mi Madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica" (Lc 8,19 21). En otra ocasi6n, mientras Jesús hablaba, una mujer de entre la multitud alzó la voz y dijo "¡Feliz la que te dio a luz y te amamantó". Pero él, nos relata el evangelista, contestó: "¡Felices, sobre todo, los que escuchan la palabra de Dios y la practican!" (Lc. 11, 27 28).

MADITACIÓN

A algunos les ha parecido ver en estas palabras del Señor un rechazo a María. Sin embargo, sólo una visión muy superficial permitiría sacar tal conclusión.

En ambas ocasiones lo que él ha querido hacer es corregir una visión demasiado humana de María; quiso hacernos ver su verdadera grandeza.

A quienes reparaban primariamente en los lazos de la sangre, quiere él remontarlos a un plano superior. La maternidad física y el parentesco no tienen mayor valor desligados del cumplimiento de la voluntad de Dios. Por otra parte, Jesús declara que escuchar la palabra de Dios y cumplir su voluntad crea un verdadero parentesco con él: "Aquí están mi madre y mis hermanos. Porque todo el que ha¬ce la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre". (Mc 3, 34-35)

Jesús quiere que volvamos nuestra mirada hacia lo más grande en María: su fe. Ella, nos dice san Agustín, "antes de concebir en su vientre, concibió en su alma". María estuvo atenta a la palabra del Señor, la puso en práctica. Por eso, Isabel, su prima, la alaba a voz en grito cuando María la visita: " Feliz tú, la que has creído que se cumplirán las cosas que te fueron dichas de parte del Señor" (Lc 1,45).

A ella está dirigida la primera bienaventuranza que escuchamos en el Evangelio. María, como Abraham, tuvo la audacia y la humildad de creer; pero no con una fe meramnte intelectual: su fe estuvo seguida de la acción. Y esa fe, a semejanza de la de Abraham que fue el punto de partida del Pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, fue el inicio del Pueblo de Dios de la Nueva Alianza. ¡Feliz María que escuchó la palabra de Dios y la puso en práctica! ¡Feliz nosotros por María!

Tierra apta para acoger la palabra, María, la pequeña sierva del Señor, como ella se autodenominaba, nos muestra dónde reside nuestra verdadera grandeza. ¿Escuchamos la Palabra? ¿Nos dejamos tiempo para oír? ¿Hacemos alguna vez calma en el corazón? Y,, sobre todo, ¿llevamos nuestra fe a la práctica en la vida cotidiana?

Hoy día estamos viviendo una aguda crisis de la palabra. El "verbalismo" es un bacilo que hace estragos. No sólo nos falta la capacidad para hacer un alto en el camino y detenernos a escuchar, sino que también ya nos resulta difícil creer en promesas. La civilización del activismo y del consumo desconoce la contemplación. Se dice mucho, se habla mucho, se promete mucho, pero se cumple poco. Y esto no sólo en general, en el plano de la amistad y de la convivencia, en el mundo de la política y de los negocios, sino que también allí donde esperaríamos que la fidelidad fuese firme como roca: en el mundo del amor y del matrimonio. ¿Cuántos de los que se prometen fidelidad "por toda la vida", "para siempre", creen que esa promesa verdaderamente mantendrá su fuerza y lozanía a través del tiempo?

Algo semejante nos sucede en nuestro trato con el Señor. Lo que somos en el plano humano refleja y se continúa en el plano sobrenatural: no tenemos dos personalidades.

María nos quiere hacer tomar en serio las palabras de Cristo Jesús: "No basta con que me digan: Señor, Señor, para entrar en el reino de los cielos, sino que hay que hacer la voluntad de mi Padre que está en el cielo... El que escucha mis palabras y las pone en práctica es como un hombre inteligente, que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia y los torrentes, sopló el viento huracanado contra la casa, pero la casa no se derrumbó, porque tenía los cimientos sobre la roca" (Mt 7,21 ss.). María es un testimonio vivo: ella no se derrumbó cuando vino la prueba. Se mantuvo de pie junto a la cruz.

¿Ponemos en práctica la palabra del Señor? ¿Es el Evangelio nuestra medida para juzgar y para decidir? ¿Cuáles son, en concreto, los criterios que están actuando en mí? ¿Son mis instintos, mis pasiones, lo que decide? ¿Son las conveniencias, los intereses, las ganancias que puedo obtener? ¿Es mi prestigio lo que me mueve a actuar? ¿Qué es lo que determina mi praxis? Desgraciadamente, tenemos que confesarlo, con frecuencia nos dejamos mover más por criterios meramente humanos, terrenos, y poco lugar dejamos para los criterios divinos.

Nos hacemos acreedores muchas veces de la sentencia del apóstol Santiago cuando afirma: "Hagan lo que dice la palabra, pues al ser solamente oyentes se engañarían a sí mismos. Porque el que escucha la palabra y no la practica, es como un hombre que se mira al espejo y que apenas deja de mirarse, se olvida de cómo era". Y luego agrega: "Todo lo contrario, el que se fija atentamente en la ley perfecta que nos ahce libres, y persevera en ella, no como oyente olvidadizo sino para ponerla por obra, será feliz al practicarla". (1, 22-25)

Porque María escucha la Palabra y al puso por obra pudo decir: "Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones" (Lc 1,48)

¡Que así sea!

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