Publicado en Revista Vínculo Nº 369 - Abril 2023
Sinodalidad, federatividad... Simplicidad
Viernes 21 de abril de 2023
P. Juan Pablo Rovegno Michell
El camino sinodal de nuestra iglesia nos interpela a redescubrir la riqueza de las primeras
comunidades cristianas, en las que la vivencia de la comunidad era fundamental, no sólo
porque "ponían todo en común", sino porque el dinamismo interior, el discernimiento y las
decisiones eran fruto de un trabajo comunitario, que los pastores servían y articulaban.
Sin embargo, al poco tiempo (como le sucedió a la comunidad de los apóstoles convocada
por el mismo Jesús), se desvelan las tensiones y diferencias, la acentuación de las
unilateralidades y los intereses personales. Y no sólo por estar en medio de una realidad socio-
política y religiosa cuyo influjo es imposible de evitar (como el pez que no puede evadir el agua
en medio de la cual nada, aunque lo afecte su turbiedad y sorpresivas corrientes), sino porque
en el corazón humano también anidan (como un quiebre estructural en nuestra capacidad de
convivencia) la tentación del dominio, la discriminación y la distancia.
Es más fácil mandar, exigir, combatir, competir, evadir, ningunear, desconfiar, depender,
defenderse, justificarse, huir, dominar... que escuchar, dialogar, integrar, disentir, reconciliar.
Visto así, el desafío sinodal no está en sentirnos parte de una estructura o de las
consecuencias prácticas de una decisión, sino en sentirse parte activa de un proceso de
diálogo, discernimiento y decisión, que a todos nos afecta y enriquece.
La novedad de la sinodalidad está en volver a las fuentes, con una mayor conciencia de las
limitaciones, errores y complejidades del camino recorrido en estos casi veinte siglos (y difíciles
últimos años), para articular una Iglesia que sea más una comunidad de bautizados que una
legión de subordinados o reaccionarios.
La estructura piramidal nos da una aparente seguridad, tan frágil como edificar una casa
sobre arena o un vínculo sobre la base de la pura utilidad.
Al repasar la historia de los diversos carismas y fundaciones en la Iglesia, vemos con nitidez
como el inicio carismático (en la que el espíritu y la forma de la comunidad naciente tienen
como inspiración la descripción del libro de los Hechos de los Apóstoles 2, 42-47), va cediendo
a estructuras más pesadas, a relaciones más subordinadas, a formas más rígidas y a intereses
más temporales.
Las comunidades fundadas por San Francisco, San Benito, San Ignacio... alcanzaron
tempranamente a percibir y sufrir, la seducción invisible de nuestros instintos y del ambiente
socio-político-religioso que les rodeaba: el dominio, la discriminación y la distancia, que
levantan muros al soplo libre del Espíritu y sacrifican, en aras del crecimiento y la estabilidad, la
maravillosa precariedad de la sencillez, del discernimiento en común, de la búsqueda de
caminos nuevos y la necesidad del diálogo y el complemento.
El mismo peligro experimenta la comunidad básica que es la familia, cuando la
competitividad, la comparación y la confrontación, así como la rutina y la seguridad, ocupan el
lugar de la conversación, la colaboración y el mutuo enriquecimiento.
Nuestra Familia y carisma por ser Iglesia y recorrer el camino de toda fundación carismática,
desarrolla en sus inicios un estilo sinodal, colaborativo y complementable, a través del mutuo
enriquecimiento de todas las partes.
Nuestro fundador fue un artista en la articulación de un trabajo comunitario activo y
participativo, desarrollando, además, un gran sentido para captar las corrientes de vida, junto a
los anhelos, necesidades y originalidades de todos los miembros de la incipiente Familia.
Entrelazándolas, poniéndolas a dialogar creativamente, haciendo de las diferencias y tensiones
un espacio para auscultar la voluntad de Dios.
Ejemplos elocuentes son la Congregación Mariana, la colaboración humana e instrumental
como elementos esenciales de nuestra pedagogía de alianza, de los vínculos y de la confianza;
así como diversas instancias organizativas, como la mesa redonda con participación
transversal de los diversos miembros de la Familia.
El surgimiento de las Ligas, Federaciones, Institutos y las diversas formas de participación y
compromiso, confirman esta unidad en la diversidad, así como el valor de las autonomías
puestas al servicio de la misión común.
Corrientes de vida como el Jardín de María o el Cor Unum in Patre, expresión de la
solidaridad de destinos no sólo con el fundador, sino entre todos los miembros de la Familia,
confirman un estilo sinodal en el contenido y las formas de relación.
La misión por los vínculos y su cruzada del 31 de Mayo, serían imposibles sin una pre-
vivencia natural del organismo de vinculaciones entre los miembros.
Si bien nos definimos como un Movimiento por nuestro modo de vivir el carisma en medio
del mundo, el fundamento está en ser Familia, para que sea posible.
La federatividad surge como "expresión, camino y seguro" organizativo para hacer posible
la sinodalidad, en el modo de relación y la proyección apostólica del carisma.
Sin embargo, a pesar de haber desarrollado instrumentos, estructuras y formas que la
hacen concreta (Comunidades, Presidencias, Central, Coordinaciones, Consejos, tensión
creadora entre Movimiento organizado y de Peregrinos, conducción a través de corrientes de
vida y de jefes), es un desafío mayor que hoy estamos haciendo consciente en aras de nuestra
misión, más aún, de nuestra sobrevivencia y fecundidad.
Por mucho tiempo hemos acentuado unilateralmente la autonomía. lo que permitió el
desarrollo original de cada comunidad, sin embargo, una autonomía sin complemento acentúa
la distancia y la desconfianza, junto a la pretensión de exclusividad en la comprensión y
trasmisión del carisma. Esto nos empobrece, porque el carisma vive en el todo y se proyecta
desde el todo.
Los últimos años con sus crisis y tensiones, nos han exigido encontrarnos en una reflexión y
trabajo en común, algo que debió estar en el ADN de nuestro modo de relación y proyección,
por la rica diversidad de nuestra federatividad.
La sobre acentuación del propio ser y misión tienen el peligro de la auto referencialidad, de
la actitud defensiva y la parálisis ante lo nuevo y diverso, que en nada contribuyen al sano
complemento y actualización de las partes y del todo, al servicio de una misión común.
Simplicidad es la tercera palabra que acompaña esta reflexión: la simplicidad de las
primeras comunidades cristianas y las primeras comunidades schoenstattianas. La simplicidad
abre los sentidos a la necesidad del complemento y del mutuo enriquecimiento, dejando libre al
Espíritu para renovar y remecer las estructuras y formas.
Simplicidad que nos abre más sinceramente a reconocer errores, a sanar heridas, a pedir
ayuda y mirar a los demás como posibilidad y no como amenaza. La simplicidad de
necesitarnos, no sólo porque somos pequeños y débiles, sino porque la misión es demasiado
grande y multifacética como para pretender ser su único responsable o portador exclusivo.
Algunas preguntas para nuestro discernimiento personal y comunitario:
¿Qué me ha ayudado a hacer de la sinodalidad (federatividad) un camino de crecimiento,
desarrollo y fecundidad?
¿Qué me impide un modo de relación y proyección sinodal o federativo?
¿Qué paso estoy dispuesto a dar para que sea posible?
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