Descanso y Expectativas

Enero y febrero son meses de vacaciones por excelencia, en los cuales depositamos muchas expectativas. En esta columna, Juan Emilio Cheyre pregunta: ¿por qué apostamos tanto a este período como la fórmula mágica que nos permitirá descansar y disfrutar? y ¿se han cumplido nuestras elevadas expectativas en vacaciones anteriores? Uno de los problemas, reflexiona, es que las vacaciones parecen no alcanzar para suplir los “debe” de nuestra contabilidad personal del año. Por eso, sin abandonar una visión de la vida donde debemos cumplir nuestros roles personales, familiares y profesionales, durante el año debemos encontrar espacio para nosotros.

| Juan Emilio Cheyre Juan Emilio Cheyre

Terminó el año 2012 y para muchos las vacaciones ya se han iniciado, otros esperamos que lleguen pronto. Todos ciframos altas expectativas en que será un período donde tendremos oportunidad de disfrutar haciendo aquello a lo que nada ni nadie nos obliga, aficiones y gustos, todo lo que debería producirnos agrado. En general, el período de vacaciones es sinónimo de plena capacidad para gozar la vida alejados de responsabilidades y deberes, un estado donde se es dueño de elegir aquello que nos satisface. Es por ello que secretamente mantenemos la esperanza que estos días se alarguen. 

En relación a lo expuesto caben al menos dos preguntas, a saber: ¿por qué apostamos tanto a este período como la fórmula mágica que nos permitirá descansar y disfrutar? y ¿se han cumplido nuestras elevadas expectativas en vacaciones anteriores?

Creo que la primera pregunta tiene una respuesta clara y es que la vida actual, dado el frenético ritmo con que normalmente la enfrentamos, nos impide encontrar, en el día a día, espacios para el descanso. Dado lo anterior, necesitamos un lapso marcado en la agenda que denominamos vacaciones, donde se supone no tendremos obligaciones, para entregarnos al ocio que en tiempos de trabajo resulta una palabra y una acción pecaminosa e imposible de concretar.

En efecto, el frenético quehacer de las ciudades, las crecientes exigencias del trabajo y la alta competitividad hace que hombres y mujeres hayan constituido la fórmula 24/7 en un distintivo del deber ser. Adicionalmente, una creciente agenda de compromisos a los que convocan hijos, establecimientos educacionales, amigos, redes sociales y un entramado cada vez más grande de relaciones demandantes, ocupan el tiempo restante que nos deja el trabajo. Como si eso fuera poco, los minutos que quedan libres lo llenan la televisión, los llamados por celular, emails, el facebook, el twitter. Es decir, estamos siempre conectados.

Sin mucha moral, ya que al igual que la mayoría soy parte de esa vorágine que nos consume, me permito una primera conclusión: ese ritmo de vida no es bueno. Sin duda podemos afirmar que es lo que nos ha tocado vivir. Ello no debería ser excusa para dejarnos caer en el juego de no darnos tiempo para el descanso ni el desarrollo personal. Tampoco nos excusa por inventar nuevas formas de llenar las agendas y ocupar nuestra existencia en actividades innecesarias.

En síntesis, mi primera propuesta es que sin abandonar una visión de la vida donde debemos cumplir nuestros roles personales, familiares y profesionales encontremos un espacio para nosotros, así como tiempo y disponibilidad para nuestros seres más cercanos. Si lo hacemos, no cargaremos toda esa agenda de pendientes durante el período de vacaciones.

La segunda propuesta se relaciona con la anterior. En efecto, son tantas las demandas para unos pocos días que el balance de las vacaciones será que no fueron suficientes para solucionar los déficit en términos de cansancio, de hacer cosas que nos gustan, recuperar horas de sueño, lectura de lo que no hemos leído, acercamiento a aquellos que teníamos abandonados y la larga lista de pendientes que en general no logramos solucionar.

En síntesis, las vacaciones parecen no alcanzar para suplir los “debe” de nuestra contabilidad personal del año. Lo más grave es que frecuentemente, en vez de disminuirlos los acrecienta, ya que muchos en lugar de ralentizar las actividades, las frenetizan intentando hacer en unos días lo que no se ha hecho en un año.

Una conclusión final. Sería bueno, lo que no es sinónimo de fácil, incorporar en la rutina normal espacios para uno mismo, darse tiempo para el descanso y abrir en nuestras saturadas agendas ventanas para la libre disposición de aquellos que necesitan de nuestro tiempo. Serviría al efecto apagar los celulares a cierta hora y romper con la exigencia auto impuesta de revisar permanentemente los mensajes. Con estos pequeños cambios de hábito, quizás podemos llegar a las próximas vacaciones con menos objetivos, lo que nos hará disfrutarlas más, sin esperar que satisfaga más de lo que lógicamente puede aportarnos.

Juan Emilio Cheyre
Director Centro de Estudios Internacionales UC
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