El canto en la liturgia: ¿mecanicismo o expresión de vida?

A veces parecen invisibles, pero si no están se nota su ausencia. Los músicos litúrgicos son muy importantes en las ceremonias religiosas, y representan con su arte una forma de alabar al Señor. Ahora, la pregunta es ¿deben los músicos litúrgicos necesariamente ser buenas personas?

Miércoles 17 de septiembre de 2014 | María Isabel Herreros

Hace poco, leí un artículo llamado: "Somos pecadores. Los músicos litúrgicos no son una excepción". El autor, un músico litúrgico de larga trayectoria, planteaba la interrogante: ¿deben los músicos litúrgicos necesariamente ser buenas personas? es decir, ¿no basta con que sean buenos músicos? Y, por otra parte, ¿qué entendemos por ser una buena persona? No faltan quienes dicen, haciendo una diferenciación didáctica: "yo no soy una buena persona, soy un profesional". Complemento la idea con otro pensamiento que leí: "para ser una buena persona, no se necesita ser un buen artista. Pero, un buen artista, no puede serlo si no es una buena persona".

La técnica vocal e instrumental, y la interpretación musical del canto, para un profesional de la música, tienen como objetivo principal interpretar los sentimientos de la asamblea; involucrarles emocionalmente con la oración cantada. Es requisito importante para el músico litúrgico estar relajado (y esto es independiente de la velocidad e intencionalidad del canto). El coro, o la persona que guía el canto, no pueden perder el control de sus emociones al cantar; de otro modo la música no sale bien, y por ende, no cumple con su objetivo de emocionar a la asamblea. Igualmente, cuando el coro interpreta un canto con una intencionalidad diferente a la que tiene, tampoco se cumple el objetivo principal.

Los muchos actores que intervenimos en las celebraciones litúrgicas, en especial en la Eucaristía; donde nuestro Señor Jesucristo se hace Pan vivo para alimentarnos, y su Sangre, derramada "por nosotros y por muchos" se hace Bebida de Salvación, nos reunimos en asamblea, en especial los domingos y festivos, porque queremos escuchar y hacer vida su Palabra; compartiendo su Espíritu santificador, que nos une en Amor entre nosotros y con Dios Trino. En su nombre y como Iglesia, compartimos allí los acontecimientos de la vida diaria, que queremos iluminar a la luz de la fe, y los llevamos al altar como alabanza y humilde ofrenda; a través de nuestras peticiones, anhelos, agradecimientos y la sincera intención de volver, cuando haciendo mal uso de nuestra libertad, nos hemos alejado de nuestro Padre común.

En ese contexto, y dependiendo de la recta intención de quienes lo guían e interpretan, el canto litúrgico, como expresión de vida cristiana, se transforma en un vehículo de manifestación de nuestra participación personal y comunitaria en la celebración eucarística. Es por eso que la actuación del ministerio musical no es sólo una manifestación artística; es ante todo, una expresión libre de nuestro propio compromiso con Cristo. No somos "cajitas de música", que deben "funcionar" cuando "les den cuerda". Nuestro canto es el de los hijos e hijas del buen Dios, a través de cuya libertad y originalidad resuenan las voces de la Iglesia; representada por el celebrante, la asamblea, las lecturas bíblicas, los tiempos litúrgicos y los acontecimientos del diario vivir.

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