Mes de María

Oración inicial Oh! María, durante el bello mes que te está consagrado todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos te han elevado un trono de gra...

Nicolás Garcia

Oración inicial Oh! María, durante el bello mes que te está consagrado todo resuena con tu nombre y alabanza. Tu santuario resplandece con nuevo brillo y nuestras manos te han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde presides nuestras fiestas y escuchas nuestras oraciones y votos.Para honrarte hemos esparcido frescas flores a tus pies y adornado tu frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡Oh María!, no te das por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Éstas son las que esperas de tus hijos, porque el más hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden depositar a sus pies es la de sus virtudes.Sí, los lirios que tú nos pides son la inocencia de nuestros corazones. Nos esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a tu gloria, ¡oh virgen Santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha, y en separar de nuestros pensamientos deseos y miradas, aún la sombra misma del mal.La rosa cuyo brillo agrada a tus ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros como hijos de una misma familia cuya madre eres, viviendo todos en la dulzura de una concordia fraternal.En este mes bendito procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que te es tan querida, y con tu auxilio llegaremos a ser puros humildes, caritativos, pacientes y esperanzados.¡Oh María!, has producir en el fondo de nuestros corazones todas estas amables virtudes. Que ellas broten, florezcan y den al fin fruto de gracia, para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de las madres.Amén. Meditación Nicolás Garcia Una frase del Evangelio de hoy cobra especial sentido en este tiempo mariano. Los Apóstoles, reunidos en torno a Cristo, escuchan su Palaba e imploran al unísono: "Señor, aumenta nuestra Fe" (Lc 17, 5). Eran débiles hombres e incapaces de ver la Verdad de Jesús con aquellos ojos pecadores, por lo que necesitaban que alguien o algo les abriera los ojos para poder realmente creer.Estando Jesucristo en los Cielos, la escena se repite. Los Apóstoles, reunidos en el Cenáculo en torno a la Madre de Dios, imploran una respuesta a sus plegarias. Los antes pescadores no encuentran salida alguna ante los desafíos de la tarea impuesta por Cristo y necesitan angustiosamente aquel algo o alguien que les abra los ojos. Tan ciegos como eran, no se dieron cuenta que la solución a sus problemas estaba frente a ellos. Era María.Sí, Cristo escuchó las súplicas de sus discípulos y no sólo envió al Espíritu Santo para irrumpir en la Iglesia y transformar a los Apóstoles; quiso también dejarles a su Madre, la gran Mediadora. Cuando pensamos en María, nos damos cuenta de las grandes cosas que hace por nosotros. Es Ella quien nos acoge en nuestro desamparo. Es Ella quien nos mira con ternura ante nuestro arrepentimiento. Es Ella quien nos abraza en nuestros momentos de dolor. Y es Ella también quien nos levanta, nos toma de la mano y nos lleva a Cristo. Es Ella, en suma, quien aumenta nuestra Fe.La misión de la Virgen María es conducirnos a Cristo, es ser esa puerta a la que debemos llamar para adentrarnos en el misterio de la Redención. "Llamad y se os abrirá" (Mt 7, 7) nos dice Jesús, refiriéndose a la puerta de la fe. Cristo nos enseña que hay que rezar cuantas veces sea necesario hasta que nos abran. Hay que perseverar en la oración para llamar a nuestra Madre. Sólo así nos abrirá y nos conducirá a su Hijo.Una historia que recuerdo cuenta que San Pedro está muy confundido por la numerosa cantidad de personas en el Cielo, ya que muchas de ellas nunca habían sido vistas cruzando por la puerta principal. Preocupado, va en busca de Dios Padre e inmediatamente parten a investigar. Encuentran, colgado de una ventana, un Rosario que cae hasta la Tierra. Sin saber qué ocurre, se esconden en la habitación para descubrirlo. Tras esperar un tiempo, ven a la Virgen entrar a la pieza, ir hacia la ventana y ayudar a un hombre a cruzar por ella. Asombrados, ven pasar luego a una mujer, un joven, una anciana, un niño y muchísimas personas más. Sin saber qué más hacer, van donde María y le preguntan qué está haciendo. Ella les responde: "dejo entrar a quienes rezan el Rosario".¿Qué aprendemos de esta historia? Que es María la Puerta más directa para entrar al Cielo, y el camino para llegar a Ella es su Rosario. ¿Y qué mejor momento para hacerlo que en el mes dedicado a quien nos acoge y nos cuida? La Reina del Santo Rosario nos da la oportunidad de crecer en la Fe tan sólo rezando su plegaria. Sólo con la constancia y la fuerza de la oración podremos ver cumplida la súplica de los Apóstoles: aumentará nuestra Fe, hasta ser capaces no sólo de mover montañas, sino de conmover corazones.Aprovechemos el Rosario durante este mes dedicado a nuestra Madre del Cielo y "Ella obrará milagros". No lo dudemos ni un segundo. María nos conducirá a Cristo y la gracia de la Fe actuará en nuestras vidas. Sólo hay que llamar con fuerza a la Puerta, y ésta se nos abrirá.   Oración Final ¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena madre! Nosotros venimos a ofrecerte con estos obsequios que colocamos a tus pies, nuestros corazones deseosos de agradecerte y solicitar de tu bondad un nuevo ardor en tu santo servicio.Dígnate presentarnos a tu Divino Hijo que, en vista de sus méritos y a nombre su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud, que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia Él y cambien tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará en su corazón y el tuyo.Que confunda a los enemigos de tu Iglesia, y que, en fin, encienda por todas partes el fuego de tu ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.